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viernes, 2 de julio de 2021

"El pájaro que trajo el fuego". Fanco Vaccarini

 



“EL PÁJARO QUE TRAJO EL FUEGO”

 

MITO DEL PUEBLO PARECIS, BRASIL

 

ACRECA DEL AUTOR:

FRANCO VACCARINI

NACIÓ EN LA CIUDAD BONAERENSE DE LINCOLN EN 1963 Y VIVE EN BUENOS AIRES DESDE 1983. CURSÓ ESTUDIOS DE PERIODISMO EN EL CÍRCULO DE LA PRENSA Y ASISTIÓ A LOS TALLERES LITERARIOS DE LOS ESCRITORES JOSÉ MURILLO Y HEBE UHART. ES SUBDIRECTOR DE LA REVISTA DE CUENTO LATINOAMERICANO MIL MAMUTS.


  • LUEGO DE LEER EL MITO “EL PÁJARO QUE TRAJO EL FUEGO” ESCRIBE CON TUS PALABRAS LA PARTE QUE MÁS TE GUSTÓ, QUE TE HIZO REÍR O QUE TE HIZO RECORDAR ALGO.

 

RESPONDE


·         ¿Qué significado tenía el fuego para la Tribu pareci?

·         ¿Cuál era el consejo que le brindaba el Cacique a su tribu?

·         ¿Cómo era el pájaroque cantaba y juraba?

·         ¿Qué sucedió con las hogueras cuando llovió torrencialmente?

·         ¿Quién se ofreció a encontrar la brasa que quedaba encendida? ¿Qué animal era?

·             Dibuja la parte que más te gustó de la historia.


“EL PÁJARO QUE TRAJO EL FUEGO”

 

Aquel invierno había cubierto de barro los caminos de la selva; caminos hostiles, plagados de alimañas, siempre peligrosos. Sin embargo, para la tribu pareci, la selva era el lugar más seguro del mundo. Frente a cada una de las chozas había una hoguera que nunca se consumía del todo y que alumbraba las noches. El cacique no se cansaba de repetir:

-¡Hay que mantener el fuego vivo y chispeante!

Es que el fuego era alegría, calor, protección, comida caliente. Alejaba a los animales salvajes y a los insectos.

Había un pájaro que sólo cantaba al amanecer y al anochecer: el pájaro juraba. Tenía una cola larga, cuerpo chiquito, plumas verdes, azules, naranjas y amarillas. Siempre rondaba a los parecis, porque le gustaba el fuego y el movimiento de los hombres. Para los chicos de la tribu era un amigo más, que admiraban a distancia por su belleza.

Un día llovió como nunca y las hogueras se apagaron. Jóvenes mensajeros corrieron a visitar comunidades en busca de un leño encendido, pero descubrieron que en todas partes, el fuego se había convertido en un terrón oscuro de cenizas húmedas.

El cacique no paraba de lamentarse.

-No hemos cuidado el regalo de los dioses como era debido. ¡Los dioses nos quitaron su regalo!

Un joven mensajero se le acercó, muy agitado, luego de visitar a una tribu amiga:

-Se corre un rumor en la selva, se dice que hay una brasa encendida todavía. Una sola.

-¿Dónde? Preguntó el cacique.

-En un rincón lejano, debajo del árbol más alto. ¡Pero nadie sabe cuál es el árbol más alto!

El cacique convocó a todos los animales para pedirles ayuda. Los animales eran sabios para encontrar lo que necesitaban. Pero ellos no necesitaban el fuego.

El jaguar respondió con desprecio:

-¡Y para qué quiero yo encontrar el fuego!

El yacaré dijo, indiferente, con su gran bocaza llena de colmillos:

-Yo no estoy ni a favor ni en contra del fuego. Si se apaga o no, no me importa. El mono afirmó, mientras comía una banana:

-Con gusto lo buscaría, de no estar tan ocupado.

Entonces Juruba decidió intervenir:

-Yo iré a buscar esa brasa.

-¡Eres nuestra esperanza! –le confesó el cacique.

Juruba revisó cada montón de cenizas escarbando con su pico, sin resultado. ¿Dónde quedaría aquel lugar lejano? Entonces, recordó lo que dijo el mensajero: “entre las raíces del árbol más alto de la selva”. Juruba amaba a los hombres y la chispeante alegría del fuego, así que decidió elevarse por sobre todos los árboles para ver el más alto. Pero eso tampoco era fácil…la selva era tan grande. Cada vez que Juruba veía un árbol muy alto buscaba entre sus raíces y volvía a subir.

Y así lo hizo diez, cien veces.

Finalmente, Juruba encontró la brasa y la cargó con su pico, pero… ¡Ay! ¿Cómo soportar ese calor? Él tenía una cola larga, así que llevó con su pico la brasa hasta la punta de la cola y voló de regreso.

Casi a punto de morir de hambre y sed, agotado, dejó la brasa a los pies del cacique. Los hombres y las mujeres acercaron hierbas secas, hojas, ramitas… Llenaron sus pulmones de aire y soplaron… ¡Y la primera llama brotó!

El pequeño Juruba hinchaba su pecho de orgullo. Eso sí, su cola ya nunca sería la misma: había quedado en ella una especie de hueco, allí donde la brasa se sostuvo. Desde entonces, sus descendientes llevarían esa marca para que los parecis nunca olvidaran a Juruba, el héroe que les llevó el fuego de vuelta a sus hogares.

 

FIN

 


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