HOLA CHICOS Y CHICAS EN ESTE ENCUENTRO LES
PROPONGO TRABAJAR CON EL CUENTO TITULADO “AMIGOS POR EL VIENTO” DE LILIANA
BODOC. EN LA HISTORIA LA PROTAGONISTA NOS RELATA QUE LA VIDA, A VECES, SE
COMPORTA COMO EL VIENTO: DESORDENA, ARRASA Y NADIE SABE CUANDO REGRESARÁ LA CALMA
¿QUERÉS CONOCER QUE COSAS LE OCURREN A ESTA NIÑA? Y ¿CÓMO LOGRA SUPERAR LOS
MIEDOS Y ACEPTAR LOS CAMBIOS QUE SE DAN EN SU VIDA? ¿¡COMENZAMOS?!
ACERCA DE LA AUTORA
LILIANA BODOC
(1958 – 2018) VIVIO EN TRAPICHE, PEQUEÑA
LOCALIDAD CERCANA A LA CIUDAD DE SAN LUIS. ESTUDIÓ LICENCIATURA EN LETRAS EN LA
UNIVERSIDAD DE CUYO Y TAMBIÉN EJERCIÓ LA DOCENCIA EN COLEGIOS. PUBLICÓ LA SAGA
DE LOS CONFINES, Y POR LOS DÍAS DEL VENADO OBTUVO UNA MENCIÓN ESPECIAL THE
WHITE RAVENS EN 2002. EN 2004 Y 2014, LA FUNDACCION KONEX LA HONRÓ CON EL
DIPLOMA AL MÉRITO Y EN 2014, LE OTORGÓ EL PREMIO KONEX DE PLATINO. ENTRE SUS
OBRAS SE ENCUENTRAN AMIGOS POR EL VIENTO, LA ENTREVISTA, EL MAPA IMPOSIBLE,
DICIEMBRE, SÚPER ÁLBUM, EL PERRO DEL PEREGRINO, Y LA SERIE ELEMENTALES:
ONDINAS, SALAMANDRAS, SILFOS Y NOMOS.
ACERCA DEL ILUSTRADOR:
POLY BERNATENE
NACIÓ EN 1972 EN BUENOS AIRES, ARGENTINA Y DESDE ENTONCES NO HA PARADO DE
DIBUJAR; TANTO QUE SUS TRABAJOS NO PARAN DE CAMBIAR Y SIEMPRE BUSCAN OTRO
CAMINO, ES POR ESO QUE SU PASO POR LA ESCUELA DE BELLAS ARTES LE PERMITIÓ
MANEJAR MUCHAS TÉCNICAS Y DISFRUTAR DEL TRABAJO EN LA DIVERSIDAD Y LA
EXPERIMENTACIÓN. BUSCANDO HA PASADO POR LA PUBLICIDAD, LA ANIMACIÓN, LOS COMICS
Y EN LOS ÚLTIMOS AÑOS SE HA DESARROLADO COMO ILUSTRADOR PUBLICANDO NUMEROSOS
LIBROS INFANTILES Y JUVENILES PARA ARGENTINA (ATLANTIDA, BILLIKEN, LONGSELLER,
GUADAL, SM, ALFAGUARA) MÉXICO, ESPAÑA, GRAN BRETAÑA, AUSTRALIA, TAIWAN,
DINAMARCA Y ESTADOS UNIDOS. ACTUALMENTE COLABORA CON LA REVISTA “JARDÍN” Y
“GENIOS” DE CLARÍN DE ARGENTINA.
- ANTES DE LEER O
ESCUCHAR EL CUENTO ESCRIBE A PARTIR DEL TÍTULO DE QUE PUEDE TRATAR EL
MISMO
AHORA, LUEGO DE HABER ESCUCHADO LA HISTORIA RESPONDE:
• ¿CONOCÍAS ESTE CUENTO? ¿QUÉ IDEAS, SENSACIONES O PENSAMIENTOS TE DEJÓ?
DIBUJA LA PARTE QUE MÁS TE GUSTÓ DE LA HISTORIA
AMIGOS
POR EL VIENTO
A veces, la vida se comporta
como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su
paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O
las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de
ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos
ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos
reconocer. El cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie
sabe si, alguna vez, regresará la calma.
Así ocurrió el día que papá
se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso.
Recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También
puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las
ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.
–Le dije a Ricardo que
viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
–Me parece bien –mentí.
Mamá dejó de pulir la
bandeja, y me miró:
–No me lo estás diciendo muy
convencida...
–Yo no tengo que estar
convencida.
– ¿Y eso qué significa?
–preguntó la mujer que más preguntas me hizo a lo largo de mi vida.
Me vi obligada a levantar los
ojos del libro:
–Significa que es tu
cumpleaños, y no el mío –respondí.
La gata salió de su canasto,
y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era
casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera
amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el
horizonte.
–Se van a entender bien –dijo
mamá–. Juanjo tiene tu edad.
La gata, único ser que
entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años
desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños.
Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho
que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas
como estalactitas en el congelador. Disfrazadas de pedacitos de cristal. “Se me
acaba de romper una copa”, inventaba mamá que, con tal de ocultarme su
tristeza, era capaz de esas y otras asombrosas hechicerías.
Ya no había huellas de viento
ni de llantos. Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas
en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.
Mamá sacó las cocadas del
horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo. Después pareció tomarle
rencor a la receta porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora,
el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas. Algo que
yo no pude conseguir.
–Me voy a arreglar un poco
–dijo mamá mirándose las manos–. Lo único que falta es que lleguen y me
encuentren hecha un desastre.
– ¿Qué te vas a poner? –le
pregunté en un supremo esfuerzo de amor.
–El vestido azul.
Mamá salió de la cocina, la
gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.
Seguramente, ese horrible
Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue se quedarían
pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el
jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con el único
propósito de desmerecer a mi gata.
Pude verlo transitando por mi
casa con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la
manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, más que ninguna otra cosa, me
aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que, en vez de hablar, hacen
ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos,
ametralladoras y explosiones.
– ¡Mamá! –grité pegada a la
puerta del baño.
– ¿Qué pasa? –me respondió
desde la ducha.
– ¿Cómo se llaman esa palabras
que parecen ruidos?
El agua caía apenas tibia, mamá
intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.
– ¿Palabras que parecen
ruidos?–repitió.
–Sí. –Y aclaré– Pum, Plaf,
Ugg...
¡Ring!
–Por favor –dijo mamá–, están
llamando. No tuve más remedio que abrir la puerta.
– ¡Hola! –dijeron las rosas
que traía Ricardo.
– ¡Hola! –dijo Ricardo
asomado detrás de las rosas.
Yo miré a su hijo sin piedad.
Como lo había imaginado, traía puesta un remera ridícula y un pantalón que le
quedaba corto.
Enseguida, apareció mamá.
Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el
azul le quedaba muy bien a sus cejas espesas.
–Podrían ir a escuchar música
a tu habitación –sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de
aire. Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los
invitados.
Cumplí sin quejarme. El
horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la
otra. Sin dudas, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su
propiedad. Y que yo dormiría en el canasto, junto a la gata.
No puse música porque no
tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo,
y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse
entre signos de preguntas:
– ¿Cuánto hace que se murió
tu mamá?
Juanjo abrió grandes los ojos
para disimular algo.
–Cuatro años –contestó.
Pero mi rabia no se conformó
con eso:
– ¿Y cómo fue? –volví a
preguntar. Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier
respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.
–Fue..., fue como un viento
–dijo.
Agaché la cabeza, y dejé
salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el
mismo que pasó por mi vida?
– ¿Es un viento que llega de
repente y se mete en todos lados?
–pregunté.
–Sí, es ese.
– ¿Y también susurra...?
–Mi viento susurraba –dijo
Juanjo–. Pero no entendí lo que decía.
–Yo tampoco entendí. –Los dos
vientos se mezclaron en mi cabeza.
Pasó un silencio.
–Un viento tan fuerte que
movió los edificios –dijo él–. Y eso que los edificios tienen raíces...
Pasó una respiración.
–A mí se me ensuciaron los
ojos –dije. Pasaron dos.
–A mí también.
– ¿Tu papá cerró las
ventanas? –pregunté.
–Sí.
–Mi mamá también.
– ¿Por qué lo habrán hecho? –Juanjo
parecía asustado.
–Debe haber sido para que
algo quedara en su sitio.
A veces, la vida se comporta
como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su
paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo.
O las costumbres cotidianas.
–Si querés vamos a comer
cocadas –le dije.
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